Por: David Dorantes / Apuntes
Cuando era impetuoso, un estilo que no precisamente era propio por mi juventud hablaba demasiado en los entornos que dominaba o que aspiraba a dominar, era temerario cuando alguien me retaba o me cuestionaba porque no era capaz de detener mi descarga de palabras sobre esa persona por lo que siempre me decían “no se te puede ganar una” y esa frase me motivaba a seguir así practicando la esgrima verbal.
No fue hasta que empecé con mi primer negocio formal –Publivisión- cuando me di cuenta de que el contar todo empezaba arruinar mi progreso como emprendedor “el pez muere por su propia boca”, nada más cierto. Hablaba tanto sin percatarme que llegaba a oídos no pertinentes: mi competencia. Un viejo productor de Televisa, quien se había alejado del show business en una ocasión me dijo “no andes diciendo de lo que eres capaz de hacer, eso ya lo sabemos muchos, es mejor que te lo guardes y como un mago sorpréndenos”. Esas palabras me marcaron, junto con la pérdida de clientes que la competencia los había arrebatado con mis propias argucias verbales, así fue como empecé a regular mi volumen de palabras. Recientemente esta anécdota se la compartí al joven Carlos Almaguer, por el mismo ritmo impetuoso que él vive.
En los últimos años, estudiando todo lo referente a la mercadotecnia política entre las disciplinas está el neuromarketing, que de acuerdo con estudios neuronales dice que diariamente las mujeres utilizan en promedio 20 mil palabras al día, mientras que los hombres sólo siete mil. Cuando vivía en Ciudad Victoria, Tamaulipas, en una ocasión intenté cuantificar las palabras que decía, no llegué ni a las diez de la mañana cuando ya había abortado esa misión; pero creo que en mi época impetuosa quizás me acercaba al promedio femenino porque hasta dormido hablaba, pero lo que sí estoy seguro es que rebasaba todos los días la media masculina.
Ya callando más, recién llegado a la capital de Tamaulipas, me mandó hablar el coordinador de asesores del gobernador, subí corriendo los tres pisos del Palacio de Gobierno, todavía con la respiración agitada, apenas entré a la sala de juntas y recibí una metralla de acusaciones de una directora ahí presente, evidentemente enojado el coordinador pega en la mesa diciendo “¿Qué vamos a hacer David?”, a lo que asentí diciendo “lo que tu indiques”, nunca esperé que los demás directores presentes me defendieron al instante, esto porque el problema lo había provocado otro director, yo sabiéndolo preferí callarme. Viví años (2014 – 2016) maravillosos en Ciudad Victoria.
Desde entonces encontré que callarme no basta, sí hay que callar más pero lo más importante es escuchar, y escuchar las palabras de los demás, su corporalidad, hasta sus microexpresiones, pero también escuchar al entorno, la arquitectura del lugar, el ecosistema del ambiente humano. En resumen, callar más y escuchar mejor.
En estos Apuntes te comparto mi fórmula para crecer mejor a través de la escucha del entorno:
ESCUCHA ACTIVA PARA CRECER
- Habla lo menos posible y con las menos intervenciones posibles.
- Escucha a tu interlocutor y comprende sus entrelíneas.
- Una vez comprendidas las entrelineas, escucha su corporalidad y el entorno físico.
- Sigues callado, pero escuchando más para ordenar tus ideas.
- Ahora sí, habla puntualizando tres aportaciones o colocando una idea.
Ahora que no soy impetuoso, reflexiono mejor. Callar más me impulsa a crecer mejor. Quizás por lo vivido y por estar influenciado por Raymond Reddington personaje de la serie The Blacklist, hablo menos pero ahora siempre incluyo una de mis tantas anécdotas que he vivido en mis próximos 50 años de edad. ¿Y tú, qué opinas? www.daviddorantes.com
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